Sentado en el café
de mi paisaje.
Esperando.

De pronto llego alguien,
era el,
el otro,
saludando amable y seguro.

Se sentó frente a mi,
ordeno lo mismo que yo.

Hablo de algún plan,
alguno de sus proyectos,
alguno de sus nuevos trabajos.

Encendí un cigarrillo,
el también fumo.

Me contó las historias desde su lado,
y yo sonreí.

Yo conté las mías,
y el escucho.

Hubo un silencio,
y todo lo demás desapareció;
la mesa,
las sillas,
las tasas,
y el café.

Solo quedamos nosotros ahí,
con los cigarrillos entre los labios.

Y el me dijo al oído:
-Tú ganaste, yo perdí.

Al rato
el también desapareció.

Voy a bailar con las sombras
de los troncos y hundiré
mi boca en la orilla del mar.

Deambulare por cada sitio
de mi mente y en cada esquina
haré un muñeco de madera
para no olvidarme de quien soy.

Volveré a donde todo empezó,
a tu rostro amarillo,
y las sonrisas derretidas
que al menos siempre han
estado ahí.

Iré al mausoleo en donde entierro
lo perdido a leerle al cadáver 
que me dejo un pañuelo en mi bolsillo.

Subiré un cerro
y después de ese otro,
y sin zapatos hablare
con algún pájaro en una lengua
tan exacta y preciosa como es la del silencio.

Iré hacia aquel río en donde el agua me lavo
a inventarme un dios naranja y orar
sobre la piel del cuesco.

Y luego volveré aquí,
volveré a empezar,
a menos que algo suceda de pronto
que me haga entender
que hay algo mas,
o algo menos.

Y aunque nada cambiara,
seria distinto volver a empezar.
Estaría mas viejo,
y al menos sabría que esto es todo.